bipolares humanos

“Parece que eres bipolar”, “está loca, creo que es bipolar”, “estás como una cabra”,

“¿no serás bipolar?”

Son algunas de las expresiones que, frecuentemente, escuchamos decir a las personas: pero… ¿cuánta verdad hay dentro de estos comentarios?

 

El trastorno bipolar es un trastorno mental grave circunscrito a prejuicios y miedos por parte de la sociedad. Se caracteriza por cambios duraderos en el estado de ánimo de la persona, alterando su funcionamiento diario en el área social, laboral, familiar, etc. Por tanto, el cambio de opinión o emoción en un momento determinado o bajo una situación concreta no indica que una persona “sea bipolar”.

Existen dos tipos dentro de esta afección:

Trastorno bipolar tipo I y trastorno bipolar tipo II. En el trastorno bipolar tipo I, existe, al menos, un episodio de depresión mayor y un episodio de manía. En cambio, en el tipo II, se presenta, al menos, un episodio de depresión mayor y un episodio de hipomanía. Para poder comprender mejor de lo que estamos tratando, vamos a explicar en qué consiste cada episodio.

El episodio de depresión mayor conlleva un estado del ánimo bajo o tristeza diaria, falta de interés y/o placer, pérdida o aumento del peso corporal, falta de energía, irritabilidad, alteraciones en el ciclo del sueño, sentimientos de inutilidad o culpabilidad excesivos, incapacidad para concentrarse y pensamientos de muerte o desinterés por vivir (de lo que hablaremos más adelante).

El episodio de manía consiste en disminución de la necesidad de dormir, aumento de la autoestima o sentimiento de grandeza, más hablador de lo habitual, fuga de ideas o sensación de que los pensamientos van demasiado rápido, facilidad de distracción, aumento de la actividad dirigida a un objetivo o agitación no dirigida a un objetivo,  participación excesiva en actividades que tienen muchas posibilidades de consecuencias dolorosas y poca necesidad de dormir. El nivel de alteración es tan grave que puede llevar a la hospitalización de la persona.

El episodio de hipomanía tiene sintomatología semejante al episodio de manía pero con menor intensidad. La alteración que produce también es suficientemente grave como para causar hospitalización o problemas laborales y sociales.

Anteriormente, hemos mencionado la ideación suicida o el desinterés por vivir que se puede experimentar en un episodio depresivo. Es un tema muy relevante y hay ciertos factores de riesgo dentro de la conducta suicida que debemos tener en cuenta: ser hombre, estar en paro, aislamiento social, estado civil, edad, acontecimientos vitales previos, enfermedades; entre otros. Es importante concienciarnos con este asunto, ya que hay muchas creencias erróneas sobre él como: “quien lo dice no lo hace y quien lo hace no lo dice”, “el suicidio no se puede prevenir”, “hablar del suicidio aumenta su riesgo” … Cuando tengamos el conocimiento de que alguien pueda tener ideas de quitarse la vida o desgana por vivir, debemos tenerlo en cuenta con la seriedad necesaria sin juzgarlo y pidiendo ayuda si no sabemos cómo actuar.

 

Otro aspecto muy preguntado es si el trastorno bipolar tiene cura. No la tiene. Es una enfermedad crónica que debe ser controlada con fármacos (siempre recetados por un psiquiatra) que ayuden a regular y estabilizar la sintomatología que se presente, siendo un tratamiento individualizado. Además, se debe compaginar con un terapia psicológica que ayude a la persona a entender su situación y afrontarla lo más adaptativamente posible.

Tenemos claro que el trastorno bipolar es una enfermedad grave que no se cura y que conlleva un tratamiento para toda la vida, pero ¿por qué aparece? ¿naces con él? ¿se contagia? ¿se aprende?. Hay varios factores que intervienen en su aparición, tanto biológicos como variables de personalidad, acontecimientos vitales estresantes etc. No se ha llegado a una conclusión exacta sobre su origen, aunque una de las teorías más aceptada es una predisposición a desequilibrios bioquímicos bajo ciertas condiciones que desencadenan el trastorno. Se considera una posible herencia genética, existiendo una alta concordancia a presentar dicho trastorno entre gemelos monocigóticos. En cuanto al primer episodio, éste es precipitado por un acontecimiento estresante. El cual conlleva unas consecuencias y cambios cerebrales que aumentan las posibilidades del desencadenamiento del siguiente episodio.

En resumen, debemos diferenciar el trastorno bipolar de los cambios de humor que podemos tener todas las personas en el día a día por el simple hecho de ser seres emocionales. Es importante sensibilizarnos sobre este tema para poder empatizar y desestigmatizar el trastorno bipolar, dejando de bromear acerca de él y de las consecuencias que puede tener en la vida de la persona que lo sufre.

No somos bipolares, somos seres humanos con diferentes luchas internas y externas en las que debemos respetarnos, tanto a nosotros mismos como a lo demás.

 

Olaia Fernández Fernández

 Octubre, 2019

Referencia

  • APA (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-V) (Fifth Edition). Washington, DC: American Psychiatric Association.
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Desde que en 1948 la Organización Mundial de la Salud definiera la Salud como un estado completo de bienestar físico, mental y social, y se desplazara la visión de “ausencia de enfermedad” a una visión más integral, la sociedad, las políticas sanitarias y la percepción de las personas sobre su bienestar han ido transformándose.

La promoción del bienestar tiene como objetivo la mejora del nivel de calidad de vida de las personas en todos los ámbitos de la existencia y si hablamos de la posibilidad de construir el propio bienestar, decimos que en éste, las personas tenemos un papel protagónico. Tomando como referencia el concepto de “Bienestar Subjetivo” propuesto por Ed Diener (1994), vemos que no sólo los criterios objetivos de “calidad de vida” hacen parte del bienestar, sino que, al ocurrir de manera subjetiva, se construye de manera dinámica a través de la percepción sobre la propia vida. Se trataría entonces, de poner en valor no sólo el hecho de disponer de unas circunstancias favorables en cuanto a recursos, sino que además, habría una dimensión personal importante en la manera en la que vivenciamos y afrontamos dichas circunstancias (Sanjuán y Rueda, 2014).

El bienestar subjetivo sería entonces, la evaluación que realizamos de nuestra vida en cuanto a satisfacción. Esta valoración se expresaría en “juicios cognitivos”  (¿estoy satisfecho con mi vida?) y valoraciones afectivas sobre nuestros estados de ánimo y las emociones que experimentamos (¿experimento emociones positivas? ¿estoy en capacidad de afrontar mis emociones negativas?).

¿Qué son las emociones?

Actualmente contamos con una conceptualización compleja de la emoción debido a nuestro creciente conocimiento sobre los procesos biológicos y psicológicos. No obstante, podríamos decir de una manera más o menos sencilla, que las emociones son un conjunto de respuestas químicas y neuronales vivenciadas en el cuerpo, que cumplen la función de situar al organismo en condiciones propicias para su supervivencia y bienestar  (Damasio 1995 citado por Bárez 2018).

Podemos diferenciar tipos de emoción según la propuesta de Damasio (1997, 2005):

  • Emociones primarias: Son básicas e innatas; son comunes a las culturas y por tanto, podríamos decir que son universales. El miedo, el enfado, la rabia, la tristeza, la felicidad, el asco, la sorpresa…
  • Emociones de fondo: Se producen por el reflejo de las emociones en nuestro estado de ánimo. El entusiasmo, el malestar, la excitación, la tranquilidad…
  • Emociones sociales: Son propias del ser humano y por tanto, se consideran más desarrolladas desde el punto de vista evolutivo. La compasión, la vergüenza, la lástima, la culpa, el desdén, los celos, la envidia, el orgullo, la admiración…
  • Sentimientos: Son las percepciones que tenemos de un determinado estado de nuestro cuerpo, asociado a un determinado modo de pensar. Son de tipo más complejo y están ligadas al aprendizaje y la socialización.

Las emociones son esencialmente, esas señales internas que nos ayudan a adaptarnos a nuestro entorno y nos orientan en la supervivencia; influyen en nuestro pensamiento, memoria, razonamiento, y  además, son cruciales en la toma de decisiones. Por todo ello, nuestro ajuste psicológico y bienestar subjetivo estarían, en gran parte, cimentados en el manejo de nuestras emociones.

¿Qué es la regulación emocional y cómo funciona?

Como propone Hervás (2011), para poder “disponer” de todos los recursos que nos aportan las emociones, es necesario tener determinadas “habilidades emocionales” que permitan procesarlas. La regulación emocional se refiere entonces, a aquellos procesos por medio de los cuales ejercemos una influencia sobre nuestras emociones, adaptándolas en frecuencia, intensidad y expresión (Gross y Levenson 1997 citados por Hervás 2011). Sabemos que en muchas situaciones debemos modular nuestros estados de ira, tristeza, euforia, etc y otras veces, necesitamos regular nuestras emociones porque nos resultan desagradables o porque no son acordes a cómo nos vemos a nosotros mismos.

También sabemos, que las emociones pueden suponer un gran desgaste debido a que los intentos por procesarlas, pueden no ser adecuados; emociones como tristeza, ira, miedo, desesperanza, etc., pueden exceder nuestra comprensión y nuestras expectativas. En ausencia de estrategias adecuadas y habilidades emocionales, podemos alcanzar estados de descontrol importantes o incluso, desarrollar círculos viciosos de difícil solución, que pueden afectar de manera negativa  nuestro funcionamiento social y psicológico.

Déficits

Los déficits en la regulación emocional se pueden dar por varios motivos. Primero, por la ausencia de activación estrategias de regulación en momentos necesarios; por ejemplo, en estados de tristeza y desánimo el abandonarse a un estado de ánimo negativo sin hacer nada para compensarlo. Segundo, por el empleo de estrategias disfuncionales que no ayudan a la regular los estados emocionales negativos, haciéndolos más intensos y descontrolados; ejemplo de ésto podría ser la evitación, el rechazo, la supresión emocional, que lejos de reducir la intensidad de la experiencia, por el contrario la intensifican (Hervás, 2011). Y tercero, por el empleo de estrategias que si bien consiguen reducir la experiencia desagradable, sólo lo hacen de manera temporal llegando a agravar el problema; por ejemplo, el consumo de alcohol, drogas o bien, las conductas autolesivas. Estas estrategias de regulación implican riesgos importantes para la salud global por lo que ya no serían sólo “estrategias disfuncionales”, sino síntomas en toda regla.

 

Bases para procesar nuestras emociones de manera eficaz

Estamos permanentemente inmersos en emociones y situaciones que necesitamos procesar. El procesamiento emocional sería pues, el proceso por el cual las “alteraciones emocionales van declinando hasta que se absorben de forma que otros comportamientos  y experiencias pueden aparecer sin interferencias” (Rachman 1980, citado por Hervás). El procesamiento emocional ayudaría a absorber y canalizar estas reacciones cuando resultan ser excesivas, intensas, persistentes o interfieren en la propia vida. Aunque este proceso inicialmente se dispara como algo automático, es importante visualizarlo como un proceso activo de comprensión y elaboración en el que la persona puede desarrollar cierto control, de manera que pueda amortiguarlas, comprenderlas, y por qué no, aprovecharlas en pos del autoconocimiento.

Ante la pregunta: “¿qué podemos hacer con nuestras emociones?”, podemos encontrar en el modelo del procesamiento emocional de Hervás (2011) una propuesta que abarca 6 procesos o tareas que llevarían a una regulación emocional exitosa y que a su vez, pueden ayudarnos a esquematizar y comprender un poco más sobre las emociones:

  1. Apertura emocional: Es nuestra capacidad para tener acceso consciente a nuestras emociones. El polo deficitario es la “alexitimia”, es decir, no poder identificarlas.
  2. Atención emocional: Se refiere a una tendencia a dedicar nuestra atención a la información emocional. El polo deficitario es la desatención emocional.
  3. Etiquetado emocional: Es la capacidad que tenemos las personas para nombrar con claridad nuestras emociones. El polo deficitario es la confusión emocional.
  4. Aceptación emocional: Sería la ausencia de juicios negativos ante la propia experiencia emocional. El polo deficitario es el rechazo emocional.
  5. Análisis emocional: Es nuestra capacidad para reflexionar y entender el significado y las implicaciones dichas emociones en nuestra vida. El polo deficitario es la evitación emocional.
  6. Regulación emocional: Es la capacidad para modular nuestras respuestas emocionales a través de la activación de diferentes estrategias, ya sea de tipo emocional, de tipo cognitivo o conductual. El polo deficitario sería una alteración de la regulación emocional por el déficit en estas estrategias.

 

 

Modelo de regulación emocional basado en el procesamiento emocional. Hervás, G. Behavioral Psychology / Psicología Conductual, Vol. 19, Nº 2, 2011.

Las capacidades que componen estos procesos por supuesto, no vienen dadas. Aunque en gran parte las emociones hacen parte de nuestra vida más instintiva, su procesamiento está influenciado por el aprendizaje y la socialización.

La adquisición de las estrategias de regulación emocional tienen como base el apego a las primeras figuras de afecto. Y aunque una exposición sobre la teoría de apego excedería el propósito de este artículo, habría que mencionar que éste juega un papel esencial en nuestra vida emocional, en el establecimiento de relaciones de calidez, confianza y seguridad (Garrido-Rojas, 2006). Las personas con un apego seguro se sienten cómodos con la cercanía, con la interdependencia y buscan apoyo en los demás ante el reconocimiento de las limitaciones.

De un apego seguro también se tejen bajos niveles de tristeza, rabia y miedo etc. ya que, de un desarrollo sustancial en la etapa temprana depende en gran parte, el desarrollo de un “repertorio emocional balanceado” y una “apertura a la experiencia emocional” (Garrido-Rojas, 2006). Así mismo, una regulación emocional exitosa incluye la habilidad de reconocer y expresar el estrés emocional y poder expresar el enojo de manera controlada. Se trataría de integrar la emocionalidad positiva y negativa como parte de un todo.

A día de hoy debemos ser conscientes de que no se trata de amputar nuestras emociones negativas sino, por el contrario, ser conscientes de ellas y trabajarlas. Poder hacer consciente nuestra ansiedad, miedo, rabia, hostilidad desconfianza, preocupación… desde luego no es un propósito sencillo. Poder atender su procedencia, darles nombre y significado personal, aceptarlas para transformarlas y regularlas, es un trabajo necesario que nos fortalece, nos ayuda a amortiguar sus efectos dañinos y perjudiciales en nuestra salud.

Cuando hablamos de vulnerabilidad emocional, hacemos referencia a una tendencia a responder a las experiencias del entorno con elevada sensibilidad, con una capacidad de recuperación retardada que propicia estados de impulsividad, inestabilidad afectiva, preocupaciones y reverberaciones en memorias negativas. Sabemos que en gran medida, las dificultades a nivel emocional e incluso, la psicopatología, pueden estar influenciadas por falencias en las relaciones tempranas. De estos vínculos tempranos y de su capacidad más o menos funcional para sostener la existencia, dependen los recursos que tengamos a nivel personal, siendo una tarea importante durante el desarrollo compensar sus vacíos.

En contraposición, cultivar una mayor cantidad de emociones como la confianza, la alegría, el placer, la calma, la tranquilidad, etc., ayudan a la resiliencia psicológica y pueden ayudar a mejorar nuestra autoestima, a conectar a nivel relacional, a ampliar el pensamiento y mejorar nuestro estado global de salud.

Natalia Zuluaga. Alumna de Master de psicologia general sanitaria de UDIMA

Bibliografía

Hervás, G. Psicopatología de la regulación emocional: El papel de los déficit emocionales en los trastornos clínicos. Behavioral Psychology / Psicología Conductual, Vol. 19, Nº 2, 2011, pp. 347-372. Universidad Complutense de Madrid (España).

Garrido-Rojas, L. Apego, Emoción y Regulación emocional. Implicaciones para la salud. Revista Latinoamericana de Psicología 2006, Vol. 38, Nº 3, 493-507. Universidad Católica del Maule, Talca, Chile.

Machado, P. Reconocimiento emocional en psicoterapia. Revista de Psicoterapia, Vol. IV, Nº 6. Universidad de Porto. Portugal.

Bárez, N.B. (2018). Habilidades Básicas del Psicólogo Sanitario. Madrid: Ed. CEF.

Sanjuán Suarez, P. y Rueda Laffond, B. (2014). Promoción y prevención de la salud desde la Psicología. Síntesis