Derribando muros: una mirada humana a la realidad penitenciaria

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Las cárceles suelen ser percibidas como lugares oscuros y peligrosos, llenos de personas irredimibles. Sin embargo, esta visión está lejos de reflejar la realidad. Tras los muros penitenciarios habitan historias humanas, marcadas por errores, pero también por aprendizaje, resiliencia y esperanza. Es fundamental romper los estereotipos que rodean a las personas privadas de libertad y construir una mirada más empática e inclusiva hacia ellas. Dentro de los centros penitenciarios encontramos individuos con trayectorias diversas: jóvenes que cometieron errores impulsados por la falta de oportunidades, personas atrapadas en ciclos de pobreza o exclusión social, y otros que simplemente tomaron decisiones equivocadas en momentos críticos. No todas las personas encarceladas tienen problemas graves de salud mental, como a menudo se asume. Aunque las condiciones penitenciarias pueden afectar el bienestar psicológico, muchas buscan activamente reconstruir sus vidas y salir adelante.

 

Es importante recordar que quienes están en prisión no dejan de ser seres humanos. Son padres, madres, hijos e hijas con sueños y esperanzas. Muchos internos aprovechan su tiempo en prisión para reflexionar sobre sus acciones y trabajar en su desarrollo personal. Algunos estudian, aprenden oficios o participan en programas terapéuticos que les permiten imaginar un futuro mejor. Iniciativas como las desarrolladas por la Fundación Psicología Sin Fronteras son un ejemplo inspirador de cómo el apoyo psicológico puede marcar la diferencia. A través de talleres y sesiones individuales, esta organización ayuda a los internos a gestionar el estrés, mejorar su autoestima y prepararse para su reintegración social.

 

El estigma social hacia quienes han estado en prisión es una barrera enorme para su reintegración. La etiqueta de “exconvicto” pesa como una losa incluso después de cumplir su condena. Este rechazo dificulta el acceso al empleo, la vivienda y el apoyo comunitario, perpetuando un ciclo de exclusión que aumenta la probabilidad de reincidencia. Si queremos reducir el delito y construir una sociedad más segura, debemos empezar por ofrecer segundas oportunidades y romper con los prejuicios que deshumanizan a estas personas.

 

Empatizar con las personas privadas de libertad no significa justificar sus actos; significa reconocer su humanidad y comprender las circunstancias que las llevaron a cometer errores. Muchas veces, detrás de un delito hay historias marcadas por la pobreza, la violencia o la falta de apoyo familiar. Al entender esto, podemos dejar atrás los juicios simplistas y trabajar juntos para ofrecerles herramientas que les permitan cambiar. Además, mostrar empatía tiene beneficios prácticos: reduce la reincidencia y fomenta la reintegración social. Programas basados en la justicia restaurativa —que promueven el diálogo entre víctimas e infractores— han demostrado ser efectivos para sanar heridas emocionales tanto dentro como fuera del sistema penitenciario.

 

Las prisiones son un reflejo de nuestra sociedad; muestran nuestras desigualdades y fallos sistémicos. Pero también pueden ser espacios donde las personas encuentren una segunda oportunidad si les damos el apoyo necesario. Es hora de mirar más allá del delito para ver al ser humano detrás. La próxima vez que pienses en alguien privado de libertad, reflexiona: ¿qué harías tú si hubieras nacido en sus circunstancias? ¿Cómo te gustaría ser tratado si hubieras cometido un error? La empatía es el primer paso hacia una sociedad donde todos tengamos la oportunidad de empezar de nuevo, no solo beneficia a quienes están dentro; también nos ayuda a construir una sociedad más justa y compasiva. Porque al final del día, todos somos más que nuestros errores. Y todos merecemos una oportunidad para empezar de nuevo.

 

Este artículo es un llamado a romper los muros del prejuicio y mirar más allá del delito para ver al ser humano detrás. Escuchar sus historias, entender sus luchas y ofrecerles segundas oportunidades no solo beneficia a quienes están dentro; también nos ayuda a construir una sociedad más justa y compasiva.

 

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Escrito por Belén Vera Álvarez, psicóloga coordinadora del área de Psicología Jurídica