Disonancia cognitiva y valores humanos

El ser humano es un ser consciente, moral, de costumbres y que intenta ser racional. A lo largo de la historia siempre ha intentado establecer horizontes éticos y morales a sus acciones, intentar conseguir sus objetivos por medio de la razón y que esto sea una guía para su bien personal y también común. No obstante, ¿Qué pasa cuando hacemos algo que nos incomoda y no nos convence a nosotros mismos? ¿Qué pasa cuando “mente” y “corazón” no dicen lo mismo?

Aunque las preguntas están formuladas de una forma muy convencional, vienen a decirnos una realidad psicológica: muchas veces nuestros valores entran en contradicción con lo que realmente hacemos y tenemos una tensión interna por el conflicto generado por ello. Esto es lo que se llama disonancia cognitiva, una percepción de incompatibilidad de dos planteamientos mentales distintos y que modifican las actitudes de los individuos.

El primer psicólogo en exponer este concepto fue Leon Festinger en 1957 con su libro A Theory of Cognitive Dissonance

 

A theory of cognitive dissonance-Leon Festinger

Teoría de la disonancia cognoscitiva

Según Festinger, nos solemos sentir incómodos cuando tenemos creencias conflictivas o cuando lo que hacemos no está en armonía con lo que creemos, y creamos una justificación interna, un “nuevo valor” para poder seguir en coherencia con nosotros mismos.

Muchos ejemplos de la vida actual se nos vienen a la cabeza, como por ejemplo el del fumador. El que fuma, pese a todas las campañas publicitarias y de marketing que van en contra de ello, sabe que es perjudicial, pero aun así sigue fumando. Para reducir esa “tensión”, su autojustificación es “de qué sirve vivir mucho si no se puede disfrutar de la vida”.

No obstante, lejos de pensar que somos completamente racionales y con una integridad moral fuera de toda duda, tenemos momentos en el que no siempre podremos actuar igual en distintos sucesos. Nuestra propia mente “nos ayuda” a solventar esa tensión con una nueva justificación que nos pueda permitir seguir viviendo en armonía con nuestros valores y a su vez, ese sentimiento de bienestar, nos ayuda a sentir que formamos parte de un contexto social dado.

Aunque hay situaciones que son más cotidianas y que no nos suponen más que unos minutos de conflicto, también hay acciones extraordinarias con una elevada carga moral. Por ejemplo, el consumo de sustancias ilegales, la infidelidad, el robo de un objeto muy preciado, etc., se suele recurrir a un mecanismo para resolver esa disonancia cognitiva, la desvinculación moral.

Esta teoría, propuesta por el psicólogo canadiense, Albert Bandura, se basa en al menos 4 mecanismos para mitigar esta infracción moral:

  • Justificación del acto inmoral: desde un planteamiento más a largo plazo, justificamos realizar acciones deplorables por un bien superior.
  • Negación y rechazo de la responsabilidad individual: se exime de responsabilidad porque “las circunstancias” llevaron a realizar un acto o que una omisión es justificable porque la mayoría lo hace.
  • Negación de las consecuencias: es decir, no se considera que se esté lastimando a nadie o no se haya hecho nada grave porque es algo que tiene “fácil solución”.
  • Negación y rechazo de la víctima: la responsabilidad de lo que haya ocurrido es del que ha padecido la acción.

El experimento de Milgram

Una gran fuente de situaciones que nos pueden llevar a una disonancia cognitiva es el de obedecer órdenes. En el trabajo, por ejemplo, seguimos pautas y mandatos de nuestros jefes que muchas veces no están en concordancia en como pensamos o trabajamos, bien por su planteamiento material o porque no queremos realizarlas en ese mismo momento, pero ¿Alguna vez has tenido que hacer cosas de lo que tienes dudas, pero luego piensas “¿Es que lo ha dicho mi jefe y es lo que debo hacer, sus motivos tendrán”?

Esto es lo que el experimento de Milgram quiere demostrar, los mecanismos de la obediencia y el cómo nos autojustificamos, por medio de la autoridad, a hacerlo. Stanley Milgram es un psicólogo estadounidense que, por medio de un experimento en 1961, investigo el cómo las personas aceptamos las órdenes injustas y la solución de esa disonancia cognitiva que se hace por medio de argumentos de autoridad. En este caso, Milgram reclutó a un total de 40 participantes a los que se le invitaba a un experimento de “memoria y el aprendizaje”, a los por el simple hecho de participar se les pagaría cuatro dólares, independientemente de los resultados del mismo.

En el experimento había 3 personas: el investigador (La autoridad) el maestro y el alumno. Se asignaba mediante un sorteo falso el papel de maestro, y el alumno era un cómplice de Milgram, que estaría en una habitación diferente a la del maestro. El maestro realizaba una serie de preguntas y el alumno tenía que responder correctamente, o si no, recibiría una descarga eléctrica. La descarga eléctrica era mayor con cada pregunta equivocada, pero esta descarga era falsa, y se limitaba a un simple sonido de activación en una máquina y un “grito” por parte del alumno-cómplice. Si el maestro se negaba a realizar la descarga por cada pregunta fallida, Milgram instaba a que siguiera realizándolo pese a los gritos (falsos) de dolor. Frases como “es absolutamente esencial que continúe”, “usted no tiene otra opción, debe continuar” eran las utilizadas para que se siguiera con el experimento.

Los resultados fueron muy interesantes, de los 40 participantes, al menos 25 llegaron hasta el nivel máximo, de 450 voltios, pese a que en algunas grabaciones se escuchaban alaridos muy fuertes e incluso se hacía saber al maestro que el alumno tenía problemas cardiacos.

Para Milgram las conclusiones del experimento fueron las siguientes:

  • El sujeto obedece a la autoridad y se exime de responsabilidad a la hora de realizar estos actos.
  • El sujeto, cuanto más lejos está de la víctima, más fácil es que acate las órdenes impuestas.
  • Una personalidad autoritaria es más propensa a obedecer órdenes, y la proximidad con la autoridad le “motiva” a seguir obedeciéndolas.

Ejemplos en la vida real: COVID-19

Con la consideración de esta nueva situación con el Coronavirus, muchas situaciones se nos presentan para realizar una disonancia cognitiva. Con esta situación de confinamiento y cuarentena provisional, aceptamos que el gobierno tenga un control total sobre el movimiento de las personas para evitar la expansión del virus. No obstante, también consideramos necesario que debemos poder movernos, pasear, distraernos de una realidad complicada… En definitiva, salir a la calle.

Aun considerando que lo primordial es el bien común, salimos con el perro varias veces a lo largo del día, se realizan toda clase de trampas o se justifican mentiras dichas para evitar las sanciones de la policía, que en cualquier otro caso no haríamos. ¿Qué es lo que hacemos tras realizar todo este tipo de acciones? Para sentirnos mejor nos justificamos de esta forma:

  • “Así el perro está en forma y no está tan confinado estos días, él necesita pasear y tengo que ir yo con él”.
  • Porque me dé una vuelta larga para ir al supermercado “sé que lo que voy a comprar tengo suficiente en casa, pero voy a ver si hay algo que todavía no tengo”.
  • “No creo que pase nada por quitarme la mascarilla un momento, no estoy enfermo ni tampoco estoy en pleno contacto con otras personas”.
  • “Estoy enfermo y tengo una leve sospecha de estar contagiado, no tengo fiebre, pero empiezo a encontrarme mal de la garganta, si voy a un centro médico no voy a tolerar que no me atiendan, son médicos y deben de hacer su trabajo, les guste o no y si esto supone un peligro para ellos o para otras personas que solo están de paso, es mi salud y yo he de cuidar por mí”.

Adrián Lagos Cobelas, abril 2020.

 

BIBLIOGRAFÍA

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