Uno de los temas más controvertidos en lo referente a la Violencia de Género (VG) es tratar de averiguar por qué una mujer maltratada permanece en convivencia con su agresor.
Para lograr entenderlo vamos a hacer un recorrido por diferentes teorías.
Una de las teorías más antiguas es la postulada por Rhodes y Baranoff McKenzie la cual hace alusión a la condición masoquista de la mujer, en la que la violencia ejercería el papel de un mediador en el equilibrio, tanto de la relación de pareja, como de las necesidades individuales de sus miembros. Snell, Rosenwall, y Robey, señalan que los periodos de conducta violenta «liberaban» al hombre de su angustia por su inoperancia como tal, al tiempo que permitían a la mujer obtener una satisfacción masoquista; esta última «ayudaba» a la mujer a manejar «su culpa» derivada de su propia «hostilidad expresada en su conducta controladora y castradora». Para La Violette y Barnett, la imposibilidad de controlar la agresión generará en la víctima una afectación motivacional y pasividad y por consiguiente numerosas dificultades para solucionar problemas. La confrontación con la situación genera un trauma emocional a la víctima, lo que conlleva emociones como: frustración, tristeza y una sensación de indefensión ante cualquier situación, lo que nos lleva a mencionar el modelo de Walker, indefensión aprendida, el cual postula que cuando una mujer está sometida a la violencia incontrolable o eventos tremendamente aversivos, su respuesta de reacción queda bloqueada, ya que cualquier conducta que emita será castigada. Otra de las teorías que cobran sentido es la de dependencia emocional. Bajo el paraguas de “amor romántico” la víctima comienza a sentir una fusión con su pareja hasta que acaba siendo un anexo de él, se convierte en algo imprescindible para ella, da igual el trato que le dé, ella seguirá junto a él, aunque le agreda, según señala Walter Riso.
Según Jenkins, las teorías feministas respecto a las emociones y las relaciones sociales revelan asociaciones simbólicas de la emoción con lo irracional, incontrolable, peligroso, natural y femenino. Según la autora, la escasa atención que se presta a las emociones y los sentimientos proviene o tiene su origen en la ideología de la sociedad occidental y patriarcal, a menudo imbuida en el dualismo mente-cuerpo, donde prima la valoración cognitiva frente a la emocional.
La violencia contra las mujeres es una expresión del poder y dominio de los hombres sobre las mujeres, fruto de la estructura social patriarcal que asigna roles de desigual valor a hombres y mujeres, y que se traducen en determinados estereotipos de masculinidad y feminidad, con sus correspondientes mandatos de género, para cumplir adecuadamente lo que la sociedad patriarcal espera de unos y otras Dio Bleichmar, Levinton
Más allá de las diferentes perspectivas teóricas que tratan de explicar y abordar por qué se produce y mantiene el maltrato, vemos que es una conducta aprendida e intencionada con un objetivo claro, controlar la relación, gestionar la ira, etc. En este contexto de desigualdad, es fácil dominar la situación, aunque genere daño y sufrimiento.
Así mismo, la intervención en mujeres que han vivido situaciones de VG no resulta un proceso sencillo, en este sentido es importante mencionar qué deberíamos explorar en una víctima de VG para no caer en intervenciones indiferenciadas. Conviene tener en cuenta la particularidad de cada mujer, la fase del proceso que está atravesando, su grado de conciencia del problema y otros factores que le han conducido a esa situación.
Es por esto, que es interesante hacerse la pregunta respecto a: ¿Qué importancia tiene una intervención terapéutica desde una perspectiva humanista?
Cuando una mujer que ha sufrido/está sufriendo VG, acude o solicita ayuda; es común que muestren dificultades en expresar lo que les pasa, o pueden hacerlo de forma disociada, caótica o incongruente, lo que puede hacer dudar de la veracidad de su relato. Pueden expresar una amplia gama de sentimientos de gran intensidad: “Las mujeres traumatizadas se pueden encontrar aprisionadas entre los extremos de la amnesia y de revivir el trauma, entre mareas de sentimiento intenso y abrumador y áridos estados en los que no tienen ningún sentimiento, entre la acción irritable e impulsiva y una completa inhibición de la acción” Herman, J.
Es por esto por lo que desde una perspectiva humanista hemos querido centrar la intervención focalizándonos en las emociones de la persona afectada, de esta manera podemos ayudar a la aceptación de lo ocurrido y a la gestión emocional de los eventos vividos. En este sentido, las emociones que en mayor medida tienden a vivenciar las mujeres bajo una situación de VG son: miedo, culpa y vergüenza.
- Miedo: El miedo es una emoción básica, es una señal informativa de que un peligro nos acecha. Nos ayuda a relacionarnos con el ambiente. Sin miedo no podríamos sobrevivir.
- Culpa: desde un punto de vista psicológico; se entiende por culpa a una acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado. Desde la intervención humanista se entiende que dicho sentimiento aparece por dos motivos: cuando se altera su código de valores y como resultado de aquellos resentimientos no expresados hacia aquellas figuras que son consideradas como significativas para ella.
- Vergüenza: implica la idea de defecto o inferioridad y una sensación de amor no correspondido y no digno de respeto, donde se asume que debe haber algo malo en mí, pero no se sabe bien qué es. A menudo este sentimiento viene acompañado de episodios donde la mujer se autoinculpa.
Una de las funciones del sentimiento de culpa, es la de regular los comportamientos perjudiciales para la convivencia en sociedad. Podemos en este sentido entender la culpa como una emoción de control. Existe un código moral, propio de cada cultura y religión, que marca los comportamientos inaceptables y los “mandatos” (mandamientos) que deben cumplirse. Las transgresiones de dichos mandatos son los llamados pecados (no desobedecerás, no desearás el mal al prójimo, etc.). El sentimiento de culpa está ahí para notificarnos que algo anda mal en nosotros, en nuestra conciencia. La frase “me duele la conciencia” vendría a ser algo así como: me siento culpable, ya que muchas veces la culpa aparte de sentirla se piensa dentro de nosotros, a través de nuestros juicios.
El sentimiento que se relaciona con la culpa es la vergüenza. En la culpa la preocupación está puesta en el otro, al que se identifica como dañado, mientras que en la vergüenza la preocupación está puesta en uno mismo, en cómo me percibe el otro. Nos juzgamos negativamente, nos rechazamos, nos sentimos culpables y nos castigamos.
En una situación donde se produce maltrato, el sentimiento de culpa nace de un no entendimiento del sistema, al no saber atender eso que está sucediendo fuera la única manera que tiene la mujer maltratada para poder mantener el amor hacia la pareja y el equilibrio en el sistema, llevan a que ella se haga culpable de la situación que se genera y de este modo, preservar el amor.
Sentirse culpable significa sentirse mal respecto a algo sobre lo que ya no podemos intervenir y respecto a nosotros mismos como personas.
Para finalizar, a través de la revisión de los testimonios de mujeres que han sufrido VG, una gran mayoría coinciden en que las ataduras emocionales son increíblemente poderosas. Las emociones en sí, no inhiben el proceso terapéutico, pero sí la incapacidad de las personas para manejar las emociones y usarlas bien.
La intervención terapéutica, al menos al principio, debería resultar reconfortante y tiene que permitirle a la persona liberarse en primer lugar del miedo y de la culpabilidad. Más adelante, cuando el sufrimiento disminuya y la mujer esté más restablecida, se podrá intentar comprender por qué entró en ese tipo de relación destructiva, y por qué no pudo defenderse.
De igual relevancia, en la intervención en mujeres que sufren/han sufrido VG es importante la integración de las dimensiones sensoriales, afectivas, intelectual, social, y espiritual, para permitir una experiencia global donde la vivencia corporal pueda traducirse a palabras y la palabra pueda ser vivenciada corporalmente, teniendo especial cuidado a que todo ello se pueda trabajar en un espacio de seguridad y cuidado por y para ellas.
Por último, hay que señalar que mujeres que han vivido bajo una situación de VG y mujeres que han salido de una situación de malos tratos por parte de sus parejas, dicen que no les gusta que nos referíamos a ellas como víctimas, que prefieren ser consideradas supervivientes.
Marta Narro Rodríguez, Psicóloga colegiada M-34798
BIBLIOGRAFÍA
- Rhodes, N.; Baranoff McKenzie, E., «Why do battered women stay? Three decades of research», Aggresion and Violent Behavior, 1998, 3, 4, pp. 391-406
- Snell, J.E.; Rosenwald, R.J.; Robey, A., «The wife-beater’s wife: A study of family interaction». Arch Gen Psychiatry, 1964, 11, pp. 107-113
- LaViolette, A.; Barnett O., It could happen to anyone. Why battered women stay,2nd ed., Thousand Oaks, California, Sage Publications, 2000. Jenkins, J. H., “The psychocultural study of emotion and mental disorder”, en: Bock, P.K., eds, Handbook of psychological anthropology, Westport, Connecticut, Greenwood Press, 1994.
- Dio Bleichmar, E. (1991). La depresión en la mujer. Madrid: Temas de Hoy.
- Herman, J. (2004). Trauma y recuperación. Madrid: Espasa Hoy.